Tras el amargo empate de la Roja ante Bolivia por las Eliminatorias Sudamericanas, todas las miradas se posaron sobre Ricardo Gareca. El técnico argentino, siempre frontal y sin rodeos, respondió con una claridad que, aunque incómoda para algunos, resulta imprescindible: el problema no es solo uno.
Muchos esperaban que la autocrítica del Tigre se limitara a la falta de gol, la escasa generación ofensiva o la ausencia de triunfos. Pero Gareca fue más allá. Consciente de que el fútbol chileno atraviesa una crisis más estructural que puntual, dejó en claro que los diagnósticos simplistas ya no alcanzan.
Chile no pierde solo por lo que pasa en los 90 minutos. Pierde porque arrastra años de desorden dirigencial, porque la renovación generacional no se planificó a tiempo, porque aún se depende de nombres históricos sin ofrecer alternativas reales.
El mensaje de Gareca es un llamado urgente a mirar más profundo. No se trata solo de cambiar delanteros o ajustar esquemas. Se trata de cuestionar la base: los procesos formativos, las políticas deportivas, el compromiso real de los clubes con el desarrollo de talentos. Y también, cómo no, de la conexión emocional entre los jugadores y la camiseta.
La honestidad del técnico, aunque duela, es necesaria. Porque solo desde una mirada integral se puede construir un camino nuevo. Gareca, con su estilo sereno pero firme, deja claro que Chile necesita más que un salvador: necesita un proyecto.
Y mientras la ANFP y el entorno futbolístico digieren sus palabras, el hincha espera. Espera goles, sí. Pero también señales de que esta vez se está dispuesto a hacer las cosas bien, desde el fondo.
Porque como bien lo dijo el Tigre, este no es el único problema. Pero podría ser el comienzo de la solución.