La Roja no levanta cabeza. En un duelo clave para medir el pulso del nuevo proceso, Chile cayó ante Paraguay y dejó más dudas que certezas. El resultado no solo golpea el ánimo del equipo, también enciende las alarmas de cara a lo que viene: el inicio de la Copa América.
Bajo la dirección de Ricardo Gareca, la selección chilena intenta reconstruirse, pero la derrota ante los guaraníes deja sensaciones preocupantes. No hubo ideas claras, el equipo lució desconectado, falto de profundidad y sin liderazgo visible en el campo.
Más allá del marcador, lo que más inquieta es la falta de identidad. Esa que en otros tiempos marcaba diferencias, hoy parece diluirse partido a partido. Gareca, un técnico reconocido por imprimir carácter y orden a sus equipos, aún no logra encontrar una fórmula que saque lo mejor de esta generación en transición.
El tiempo apremia. La Copa América está a la vuelta de la esquina, y Chile no puede permitirse llegar sin confianza ni funcionamiento. El margen de error es mínimo, y los próximos días serán clave para ajustar piezas y recuperar la convicción.
Mientras tanto, la hinchada observa con escepticismo. Porque cuando se pierde, todo se cuestiona: el sistema, los nombres, las decisiones. Pero más allá del ruido, hay una verdad que se impone: Chile necesita reaccionar. Y rápido.
Porque en este momento, más que nunca, estamos al horno.
Hay personajes que traspasan el relato. Que no necesitan jugar para convertirse en parte esencial del fútbol. Que no marcaron goles, pero dejaron frases que todavía resuenan. Sergio Livingstone, el “Sapito”, es uno de ellos.
Un día como hoy, pero en 2012, el fútbol chileno perdió a una de sus voces más queridas. No solo por su conocimiento o su trayectoria, sino por su forma de estar. Porque el Sapito no era solo comentarista: era compañía. Era memoria viva del balompié nacional.
Su carrera comenzó mucho antes de la televisión. Fue arquero de la Universidad Católica y de la Selección Chilena, y defendió la camiseta con orgullo en los años 40. Pero su leyenda se construyó desde el micrófono, donde durante décadas enseñó, opinó, emocionó.
En las transmisiones de TVN, con esa voz cálida y esa mirada pausada, Livingstone fue parte de la infancia de muchos. No necesitaba gritar para ser escuchado. No necesitaba exagerar para emocionar. Bastaba una frase suya para elevar el análisis, para darle contexto a la jugada, para marcar el tono de la conversación.
Su relación con Pedro Carcuro fue histórica. Juntos narraron cientos de partidos, y su complicidad traspasó la pantalla. El Sapito se convirtió en una figura entrañable, respetada por generaciones de hinchas, colegas y futbolistas.
Hoy, a más de una década de su partida, el cariño sigue intacto. Porque hay personas que no se van. Que permanecen en las frases que repetimos, en los partidos que recordamos, en el cariño que no se olvida.
Eres eterno, Sapito. Porque el fútbol chileno no se entiende sin ti.
Hay una pregunta que atraviesa generaciones, discusiones de sobremesa, mesas de café y cabinas radiales: ¿Qué prefieres? ¿Ver campeón a tu selección en un Mundial o a tu equipo en la Copa Libertadores?
No hay respuesta correcta. Pero sí hay pasiones distintas.
En una entrevista reciente, un hincha lo dijo sin titubeos: prefiere ver a la U campeón de la Libertadores que a Chile ganando el Mundial. Y esa afirmación, lejos de ser polémica, abre una reflexión más profunda sobre los afectos que construimos en el fútbol.
Para muchos, el club es lo cotidiano. Es lo que se hereda, lo que se vive semana a semana, lo que acompaña en las buenas y en las malas. El club está en la ciudad, en la familia, en la memoria de infancia. La selección, en cambio, aparece de forma más esporádica. Es la nación. Es el estallido colectivo. Pero para muchos, no tiene la misma intimidad emocional.
La Copa Libertadores es el sueño continental. El título que obsesiona. El que separa a los clubes grandes de los legendarios. Y cuando tu equipo nunca la ha ganado, como le pasa a Universidad de Chile, el deseo se vuelve aún más profundo. Casi vital.
Por otro lado, ganar un Mundial parece el pináculo absoluto del fútbol. La gloria máxima. Pero para algunos, es un logro que no toca tan de cerca como lo haría ver a su escudo levantar la copa en Sudamérica.
Este viejo debate no tiene ganadores. Solo tiene hinchas. Y en ese sentido, cada respuesta es legítima. Porque lo importante no es qué elegirías tú. Lo importante es que el fútbol nos hace imaginar esas posibilidades, y en ese ejercicio, nos recuerda por qué lo amamos tanto.